El Pirineo catalán es el destino idóneo para desconectar cualquier ocasión del año. Sus sensacionales panoramas de alta montaña enmarcan un asombroso ramillete de pequeños pueblos plenos de arte y también historia. Una seductora combinación que invita a conocer, con mucha tranquilidad, este impresionante paraje fronterizo que tiene hasta siete parques naturales y un parque nacional, el único de Cataluña: el Parc Nacional d’Aigüestortes i Estany de Sant Maurici.

Naturaleza en estado puro

Vertiginosas cimas de sobra de 3000 metros de altitud, frondosos bosques, lagos cristalinos y vales dulces alfombrados de verdes prados dibujan este magnífico enclave montañoso ubicado a poco mucho más de una hora en vehículo desde Barcelona. Recorrer ciertas varias sendas y caminos que lo atraviesan es buena forma de gozar del impresionante paisaje que a lo largo de los meses mucho más fríos del año, en el momento en que la nieve cubre las cumbres, se transforma en el sitio ideal donde hacer deportes de invierno.

El lago de Puigcerdà © Maria Geli/Pilar Planagumà

Exactamente el valle de Núria tiene entre las estaciones de esquí alpino que tiene Cataluña. Con la llegada del buen tiempo, en el momento en que el blanco da paso al verde, este rincón resulta del mismo modo idóneo para ordenar una fuga y entrenar senderismo. Además de esto aquí está un considerable centro de peregrinación: el santuario de la Mare de Déu de Núria al que se puede entrar caminando, si tienen buena forma física, o en el tren cremallera mientras que gozan de manera cómoda de las vistas.  

Cerdanya

En el radical occidental de los Pirineos catalanes, en el valle de Arán, encontramos otro de los sitios mucho más frecuentados a lo largo del invierno, la estación de Baqueira-Beret. Si bien cualquier temporada del año es perfecto para adentrarnos en este magnífico territorio ilerdense. Entre las varias sendas que lo recorren, la de los Sietes Lagos en el circo de Colomèrs pertence a las mucho más sensacionales del Parque Nacional d’Aigüestortes i Estany de Sant Maurici.

Los hermosos panoramas del valle de la Cerdanya, situado entre la cordillera pirenaica y las sierras del Moixeró y del Cadí, son el motivo idóneo para conocer este rincón del Pirineo oriental. Las estaciones de esquí de La Molina y Masella, la Ruta dels Segadors, famosa asimismo como Sendero de la Cerdanya que atraviesa varios de los rincones mucho más impresionantes del Parque Natural del Cadí-Moixeró, o el Camí dels Bons Homes son idóneas para gozar de entre los vales mucho más lindos del Pirineo.

El románico de la Vall de Boí 

Si la grandiosa naturaleza es la esencia de este territorio, el arte románico forma otra de sus señales de identidad. El valle de Boí acumula un apreciado legado cultural, incluido en la lista de la Unesco desde el año 2000, formado por ciertas iglesias románicas mucho más esenciales de todo el mundo. Un inusual grupo conformado por nueve joyas arquitectónicas (ocho iglesias y una ermita) construidas entre los siglos XI y XII. Su peculiar estilo responde al modelo del románico lombardo caracterizado por la sólida facilidad de las creaciones, ejecutadas en piedra, en las que resaltan los esbeltos campanarios que servían como elemento de comunicación y como torre vigía.

Sant Climent de Taül, máximo exponente del románico catalán / YOLANDA CARDO

Sant Climent de Taül, máximo exponente del románico catalán / YOLANDA CARDO

El Centro del Románico del valle de Boí en Erill la Vall, aparte de sede administrativa, acoge en su espacio una exposición persistente con toda la información que se requiere para comprender el concepto de estos santuarios en el contexto de la sociedad medieval. En el bonito pueblo de Taüll se encuentran 2 de los primordiales ejemplos: Santa María y Sant Climent de Taüll. Este último exhibe dentro suyo el popular Pantocrátor, símbolo del románico catalán. Si bien el original está hoy en día en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, en la iglesia han instalado un original sistema de vídeo mapping que recrea virtualmente los frescos auténticos así como los pintaron en 1123. Un espectáculo que vale la pena gozar.

Pasear por pueblos milenarios

Tras contemplar estas joyas medievales, conocer los pueblos pirenáicos es otra increíble opción. En el corazón del valle de la Cerdanya, entre la cordillera pirenaica y las sierras del Moixeró y del Cadí está Puigcerdà, capital histórica de la comarca. Cubierta en un ambiente favorecido, su imagen mucho más simbólica y identificable es indudablemente el popular estany. Pero aparte de pasear por este bucólico lago artificial, vale la pena subir a lo prominente del campanario de la iglesia de Santa María, proseguir la ruta literaria de Carlos Ruiz Zafón conociendo los niveles que inspiraron su conocida novela El juego del ángel o recorrer sus animadas calles llenas de shoppings y sitios de comidas. 

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Llívia, un pueblo catalán en territorio francés / MARIA GELI- PILAR PLANAGUMÀ

Si eligen un plan mucho más apacible mejor pasear por las calles de Queralbs, en el límite de la Cerdanya con la comarca francesa de Conflent. Este pequeño concejo tallado en piedra tiene entre los elementos arquitectónicos mucho más esenciales de la región: la iglesia románica de Sant Jaume de Queralbs. El valle de Núria y una una gran parte del territorio del Parque Natural de las Header del Ter y del Freser pertenecen a este ayuntamiento pirenaico. Un genuino paraíso en medio de una naturaleza.

Una curiosidad histórica nos transporta hasta Llívia. Un pedazo de Cataluña en territorio francés desde el momento en que en el año 1660 se firmó el Tratado de los Pirineos poniendo de esta manera fin a la guerra de los Treinta Años. Este pintoresco concejo quedó fuera del tratado por ser una villa, un favorecido título concedido por el emperador Carlos I. El casco viejo mantiene además de esto la que probablemente sea la farmacia mucho más vieja de Europa, la Farmacia Esteve, de origen medieval y reconvertida hoy en día en museo. 

Si bien la lista de sitios a conocer es verdaderamente desprendida, una última parada nos transporta hasta Camprodón, una ciudad de la comarca del Ripollés, conocida por sus galletas y embutidos, cuya imagen mucho más simbólica es el Puente Nuevo (s. XII) construido sobre las aguas del río Ter. Un desprendido patrimonio arquitectónico adorna sus calles como por servirnos de un ejemplo múltiples viviendas modernistas, el monasterio de Sant Pere, la iglesia de Santa María o el Museo Isaac Albéniz donde tenemos la posibilidad de adentrarnos en la vida y obra del popular pianista y compositor nacido aquí en 1860.