En la Grecia tradicional se dio un movimiento popular como la sofística. Se piensa que los sofistas eran gente sin escrúpulos que enseñaban a proteger una proposición alguno y después la contraria. Y lo malo es que, en una sociedad dominada por una aristocracia que no precisaba trabajar, lo hacían por dinero. ¡Qué desfachatez! Si se prosiguiera aplicando ese método habría que ver de reojo a prácticamente todos los abogados. Esta sí que es una profesión de gente que protege lo que sea con tal de cobrar por este motivo. No es de extrañar: las que se piensa que son sus elites, los jueces del Constitucional o del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), se convirtieron en reales especialistas en justificar los razonamientos del partido que los ofrece para el cargo. Cargo, a propósito, realmente bien comprado. Son sofistas que defienden A y no A, según quien les pague o les haya votado para el puesto, y a cambio tienen una nómina mayor a la del presidente del Gobierno.
No es bien difícil preguntarse ocasionalmente si expertos del Derecho como Jaume Alonso-Cuevillas o Gonzalo Boye defenderían a los independentistas que defienden o han defendido si no hubiese dinero por el medio. Posiblemente lo hagan por convicción. Boye fue asimismo letrado, vaya por Dios, de José Ramón Prado, mucho más popular como Sito Miñanco y acusado de narcotráfico.
La explicación oficial es que todo acusado está en su derecho a una defensa. Y es cierto, pero asimismo es cierto que no todo el planeta puede pagarse un aparato de abogados que lo defienda. Como en muchos otros campos, este derecho queda con limite a quienes logren pagarlo.
El ejercicio del Derecho, como letrado y asimismo como juez, se apoya en la proposición de que la realidad no existe. Los tribunales no procuran la realidad sino más bien la verdad jurídica, que es otra cosa muy diferente. Por eso ciertas pruebas no sean aceptadas, más allá de que logren ser útil para detallar la prueba del delito. Si la policía o la fiscalía tienen pruebas pero hubo alguna irregularidad al lograrlas o en su custodia, quedan canceladas. Lo razonable sería usarlas para la condena y castigar asimismo a quien hubiese cometido la irregularidad de yerras. Pero eso ataría en corto a ciertos leguleyos, especialistas en buscar cualquier clase de defecto de manera.
Lo grave es que ese seguir se dé entre los jueces. Ahí está el CGPJ, agarrándose a cuestiones de trámite para no cumplir la ley o forzar su interpretación. Lo mismo que hizo el Tribunal Constitucional. Al terminado, por el hecho de que los llamados progresistas han cooperado a esta arbitrariedad. Si se hubieran ausentado de la salón, la carencia de quórum hubiese impedido que los otros jueces hubiesen negado las resoluciones del legislativo. Arguyen que cumplían la ley y es cierto. Pero el refranero tiene otra expresión que podría ser útil como explicativa: entre lobos no se muerden.
No es que los juristas del TC tuviesen enorme crédito. En verdad, uno procede de la Facultad Juan Carlos I (el nombre es muy conveniente) que obsequiaba títulos a gente como Cristina Cifuentes o Alberto Casado, por no charlar de otras componendas mucho más rentables. Otro fue el padrino jurídico del propio Casado. Un enorme mérito en el campo del Derecho. Los nombró el PP y a este partido sirven pues, si fuera menester, el PP les recompensaría más adelante, como hizo con Enrique López, nombrado con calzador y que debió renunciar pues lo cogieron manejando la motocicleta sin casco y borracho. El día de hoy es asesor en el gobierno que encabeza Isabel Díaz Ayuso. Va a poder parecer una broma, pero no es así y, como apunta la gaceta Mongolia, si se ríen es cosa suya.
De este modo las cosas, los jueces siempre y en todo momento hallan un orificio en la ley para imponer su intención. Deberían aplicarla, pero aseguran que son sus intérpretes. No obstante, visto que frente exactamente el mismo artículo unos leen una cosa y otros la contraria, quizás lo mucho más conveniente sería distanciarlos por un tiempo de los tribunales: que vuelvan a la principal y aprendan a leer. Por lo menos los que están precisamente equivocados. A menos que se acepte que lo propio es la sofística, que su mérito es comprender proteger algo y lo opuesto (aun lo contradictorio), al servicio de quien les pague.
Pero no se debe engañarse: para la sofística lo esencial era la enseñanza. Para ellos, en cambio, agradar a su señor.