A inicios de los años 70, daba la sensación de que el director estadounidense William Friedkin (Chicago, 1935, hijo de inmigrantes ucranianos) se iba a comer el planeta tras haber empalmado 2 exitazos de público y crítica como The french connection (1971) y El exorcista (1973). Pero su siguiente película lo iba a transformar en algo muy similar a un paria en Hollywood, donde vales lo que ha colectado tu último extenso film, y Carga maldita (1977) fue un fracaso enorme que, si no terminó con su trayectoria, sí la transformó en un paseo accidentado que concluyó en el 2011 con la tan magnífica como ignorada Killer Joe. El peculiar hundimiento profesional del señor Friedkin siempre y en todo momento me había intrigado, y de ahí que me tragué la otra noche en Movistar el magnífico reportaje Friedkin sin censuras (Friedkin uncut), producción italiana del 2018 que sintetiza de manera muy didáctica la carrera y la forma de ir por el planeta de ese hombre que lo tuvo todo y lo perdió prácticamente todo.
Friedkin admiraba al cineasta francés Henri Georges Clouzot, y lo probó con Carga maldita, un remake de entre las 2 películas mucho más insignes del señor Clouzot, El salario del temor (la otra es Las demoníacas, que asimismo padeció una exclusiva versión made in Hollywood que daba bastante dentera). Roy Scheider reemplazó a Yves Montand y se modificaron varias cosas del original, pero el resultado fue una película de acción muy apreciable que, raramente, no apreció prácticamente absolutamente nadie. Ese año, 1977, lo petó en la taquilla mundial la primera distribución de La guerra de las galaxias, que iba a mandar al cubo de la basura, al lado del Tiburón de Spielberg, ese género de cine que practicaba gente como Francis Coppola (que hace aparición en el reportaje), Martin Scorsese o Brian de Palma (que hay que admitir que puso bastante de su parte para hundirse). Carga maldita fue usada por el establishment de Hollywood para denunciar la excesiva independencia que se les se encontraba concediendo a los directivos con pujos de creador, si bien hubo que aguardar hasta 1980 y La puerta del cielo, de Michael Cimino, a fin de que la enorme bofetada con la mano abierta de la industria cayese en la mejilla de cualquier persona que, desde el criterio empresarial, pretendiese pasarse de listo.
Rozar el absurdo
Friedkin subsistió a Carga maldita y recobró una parte de su poderío con Cruising (A la caza, 1980) y Vivir y fallecer en Los Ángeles (1986). Pero la primera, una historia de crímenes entre la red social sadomasoquista del colectivo gay, sentó como un tiro entre un alto número de gays molestos por la imagen que, según ellos, se transmitía del colectivo, y hubo manifestaciones públicas y necesidades de que la película se retirara de los cines, si bien solo era un dignísimo thriller pensado en la escena bondage del inframundo gay y tenía una increíble interpretación de Al Pacino en el papel de un policía de incógnito al que la situacion se le escapa de las manos y lo tortura de una manera tan profunda como inquietante.
William Friedkin, a lo largo del rodaje de ‘El exorcista’
La segunda, una refulgente película de acción interpretada por los entonces extraños William Petersen y Willem Dafoe, fue considerada un producto de serie B y tratada como tal por público y crítica. De todas maneras, lo malo aún se encontraba por venir. En 1995, Friedkin dirigió un largometraje horrible, Jade, que rozaba el absurdo, si no incurría de forma directa en él. Tras eso, ciertos pedidos aproximadamente bien resueltos como Rules of engagement (2000) o The hunted (2003) y 2 cintas espléndidas, pero asequibles y también ignoradas, como Bug (2006) y Killer Joe (2011), con la que se terminó, supuestamente, la carrera del señor Friedkin.
Sin síntomas de amargura
A lo largo de los últimos años, merced a su amistad con el directivo de orquesta Zubin Mehta (que hace aparición asimismo en Friedkin uncut, donde no se hace la menor referencia, raramente, a los años en que el director convivió con Jeanne Moreau), nuestro hombre se ha reciclado en regentar óperas, que tienen que haberle ayudado a aguantar que en Hollywood ahora lo hayan dado por fallecido.
Friedkin comenzó su trayectoria cinematográfica como documentalista y la acabó asimismo como tal. Su última producción fue El demonio y el padre Amorth (2017), retrato de un exorcista genuino con grabación incluida de ciertos de sus casos mucho más sonados (Friedkin se confiesa fiel). Y en 1975 rodó Conversation with Fritz Lang, donde el viejo cineasta alemán que se exilió por temor a Hitler tras rodar El doctor Mabuse se explayaba a gusto sobre su largo y difícil pasado, reconociendo, de forma extraña, que le agradaban mucho más sus películas americanas que tradicionales germánicos como Metrópolis o M, el vampiro de Duseeldorf.
Tras ver Friedkin uncut logré comprender un tanto mejor la irregular carrera del señor Friedkin, el hombre que ha podido reinar. Y me alegra ver que no se le ve en lo más mínimo amargado y que da merced a Dios por todo cuanto le dejaron rodar en esta vida. No es muy probable que a su avanzada edad le dejen regresar a arrimarse por un rodaje, pero la cosa no le preocupa bastante. Prosigue admirando a Clouzot, más allá de que se hundió por procurar rendirle homenaje. Otro personaje interesante del que nos encargaremos la semana próxima, a causa de la presencia en Filmin de La presa (1968), la última película que rodó en su historia y la primera en recurrir al color.