En mi condición de espectador extraño al inframundo lazi, reconozco que llevo a cabo un consumo en dosis homeopáticas de televisión3. Admito que estoy enganchado a los partes meteorológicos del enorme Tomàs Molina pues me encanta su distribución y su entusiasmo en el momento de notificarnos del tiempo que va a hacer: resulta muy incitante verle charlar de boires y boirines con esa emoción que se le nota en la voz y en las expresiones faciales. Pero, dejando aparte al señor Molina, no veo prácticamente jamás televisión3. Me trago, eso sí, algún Telenotícies, pero es a efectos de documentación, ya que en ocasiones extraigo de ellos novedades que no se aprecian en ningún otro canal y que me tienen la posibilidad de ser útil para redactar algún producto con el que proseguirme choteando de los lazis, que es una de mis ocupaciones periodísticas (con exactamente la misma intención recurro a veces al Més 3/24 de Xavier Graset, trufado de tertulianos procesistas y de escritores conocidísimos en su casa a las horas de comer que, a veces, me dan material para estos productos que ustedes tienen el aspecto de leer, cosa que les agradezco de enorme manera).
Dado ese consumo homeopático de La Nostra, debería darme lo mismo el éxito del programa seudomusical Eufòria, un calco de Operación Triunfo en el que compiten una secuencia de vocalistas de karaoke en versión nostrada y que fué, hay que reconocerlo, un exitazo (lo que revela, de manera involuntaria, la españolidad de los catalanes, puesto que el software es un insulto a la nobleza de la música pop del mismo nivel que se registraba en la versión original). Mi inconveniente es que televisión3, a imitación de Telecinco (ahora saben, esa tele churrosa para la chusma de españa), a La Nostra le dió asimismo por las mal llamadas sinergias informativas, que consisten, como todo el planeta sabe, en ofrecer la chapa de manera insuperable sobre los éxitos de la vivienda en sitios que no corresponde. Es tal como, más allá de haber visto breves extractos de Eufòria, logré que sus irritantes participantes (a propósito, es completamente irrealizable que de ahí salgan el nuevo Pau Riba o el nuevo Jaume Sisa, ya que lo que se transporta es la pandilla frecuente de screamers con la que triunfó Operación Triunfo) me aparezcan hasta en la sopa. O, en mi caso, en los pocos programas de televisión3 que me trago para documentarme sobre las andaduras del prusés.
Me he encontrado con los chicos y chicas de Eufòria en los telediarios de televisión3, donde se muestran habitualmente por el hecho de que dieron un concierto masivo en un enorme recinto, por el hecho de que alguno de ellos sacará un disco o por algún otro fundamento del mismo modo pedestre. Por si acaso eso fuera poco, 2 de ellos protagonizan un aviso que frecuenta caer en el intermedio del Telenotícies y que, pese a habérmelo tragado múltiples ocasiones, siempre y en todo momento contra mi intención, prosigo sin comprender qué se promueve (las campañas de autobombo de televisión3, a propósito, merecerían un capítulo entero de esta sección, más que nada los avisos de La Grossa, con esa gigantona de cartón piedra que me semeja una síntesis impecable entre Nuria Feliu, Laura Borràs y Pilar Rahola). Conclusión: me ponga como me ponga, me sostengo al tanto de todo cuanto hacen y dejan de llevar a cabo los nuevos negociantes tipos y muchachas de Eufòria: ¡hasta sé que la ganadora de la primera edición atiende por Mariona!
Es interesante que, mientras que todo catalán de pro consideraba vulgar y adocenado un programa como Operación Triunfo (que lo era, no en balde se encontraba Josep Maria Mainat a los mandos), en este momento a esos catalanes de pro se les cae la baba con Eufòria, que es exactamente la misma birria que Operación Triunfo, pero en catalán. Es tal y como si el cambio de idioma dignificara una fórmula que transforma el Salto a la popularidad de la TVE de los años 60 en lo mucho más semejante que hubo jamás en España al célebre programa de la BBC Top of the pops. Ahora entendemos que el rock y el pop no pasan por sus mejores instantes de popularidad, pero programas como Operación Triunfo y Eufòria han contribuido claramente a su basureo, publicitando a una sucesión de vocalistas de celebración mayor que lo mismo se usa para un barrido que para un fregado: ningún cantautor aceptable ni ningún conjunto de rock o pop con ideas propias ha surgido nunca de ellos.
Pero ahora se conoce que el lazismo lo explota todo, y los chicos y chicas de Eufòria (no tengo nada en contra suya, que conste, todo el planeta está en su derecho a procurar vencer como Dios le dé a comprender) se usa para crear un amago de star system local que, teóricamente, se distancie del español. Es posible que Eufòria sea una birria, pero es NUESTRA birria. Y por mí, tienen la posibilidad de estarlo emitiendo a lo largo de los años que me queden de vida, pero, si es viable, que lo saquen de los telediarios y de la propaganda. Una cosa es tragarse el Telenotícies en pos de frikadas atrayentes, y otra es ayudar minuto a minuto a la evolución artística de Mariona. Sé que no servirá de nada, pero desde aquí le solicito a la dirección de televisión3 un poquito de por favor.