Descubrí a Goran Bregovic (Sarajevo, Bosnia, 1950) en la casa de Bigas Luna, en la época de los noventa. No recuerdo para qué exactamente habíamos quedado, ni tampoco la charla que sostuvimos, probablemente por el hecho de que el disco que sonaba de fondo me interpelaba de una forma tan extraña como novedosa y me impedía concentrarme en la charla. Se me debió ver, en tanto que Bigas me preguntó si me pasaba algo y yo restituí que lo que me pasaba era el disco que sonaba en su aparato de música, que era la banda sonora de la película de Emir Kusturica Underground (1995), compuesta por un señor llamado Goran Bregovic del que no había oído charlar en la vida. Como es natural, me hice con el disco en cuestión de unos cuantos días y lo estuve oyendo de manera obsesiva, como suelo, a lo largo de múltiples semanas, mientras que me lanzaba en pos de mucho más álbumes del señor Bregovic, que no eran exactamente simples de conseguir. Como profundo desconocedor de la música balcánica, la banda sonora de Underground (donde había participado el mismísimo Iggy Pop) fue para mí como una inmersión extremista en unos sonidos estimulantes que podían pasar de la euforia a la melancolía en cuestión de segundos y que tenían la virtud de levantarme el ánimo y hasta ponerme de un humor increíble. Entonces descubriría que le había pasado lo mismo al escritor argentino Ernesto Sábato, que le envió un mensaje a Bregovic en el momento en que actuaba en Buenos Aires para mencionarle que no iría a su concierto por cuestiones de edad, pero que le agradecía los efectos ventajosos que su música había tenido para su atormentada psique (algo similar le ha dicho Eric Clapton en el momento en que lo conoció, cosa que llenó de gozo al amigo Goran, quien se había lanzado al rock de joven merced a la atenta escucha de los discos de Cream, el super conjunto británico conformado por Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker).

Merced a Goran Bregovic, la música balcánica comenzó a ser escuchada fuera de la vieja Yugoslavia, país desaparecido que nuestro hombre prosigue teniendo en cuenta el de el: como bosnioherzegovino de padre croata y madre serbia, siempre y en todo momento ha defendido una unión que se rompió, según él, por el hecho de que a la multitud le dio por reivindicar lo poco que la apartaba de sus vecinos en lugar de apostar por lo bastante que los unía, y siempre y en todo momento tuvo expresiones entre afables y comprensivas para el mariscal Tito (entre eso y otras manifestaciones, le ha caído encima alguna popularidad de prorruso, si bien no semeja ejercer de semejante desde el momento en que comenzó la invasión de Ucrania por las tropas de Vladimir Putin).

Bregovic, que vive entre París y su Sarajevo natal, siempre y en todo momento se ha considerado un tipo muy favorecido por haber alcanzado alguna popularidad global viniendo de donde viene. Su padre fue un partisano que llegó a coronel y murió alcoholizado, fundamento por el que nuestro hombre, según afirma, solo bebe en sus recitales pues mantiene que sin alcohol no hay forma de ofrecer un espectáculo balcánico como Dios manda. Y hay que ofrecerle la razón: recuerdo que canciones de Underground como Mesecina o, más que nada, Kalashnikov, se gozaban singularmente bajo los efectos de una suave tajada. Por no charlar de todo cuanto ha grabado con su Banda de Bodas y Entierros, canciones alegres (bodas) y tristes (entierros) cuyo primordial logro es hacerte sentir formidablemente vivo, tanto si musicalmente te han invitado a un casamiento como a un entierro.

Más allá de los intentos de su madre, ahora separada de su padre, a fin de que estudiara una carrera universitaria, no hubo forma y el joven Goran se estrenó como guitarrista y artista en sórdidos clubs de alterne y strippers, para conformar ahora el que fue el conjunto mucho más célebre de la Yugoslavia de Tito, Bijelo Dugme (Botón blanco), tan célebre que el mariscal, cansado de percibir a uno de sus hijos cantando un tema del conjunto, invitó a Bregovic y los suyos a accionar en privado para él…Antes que terminara la primera canción, Tito dio normas de que los echasen de sus aposentos por realizar bastante estruendos.

La destrucción de Yugoslavia pilló a Bregovic fuera de su país y fue lo que le terminó llevando a darse de baja del rock (si bien conservara, a dios gracias, varios de sus tics) para consagrarse a la música de un país que había dejado de existir y en el que eran legión los que proseguían sin comprender de qué forma se había podido llegar a las manos con tanta saña. De esta forma se transformó en el emisario de un montón de conjuntos, con mucho más querencia por lo clásico, que se pusieron levemente de tendencia en Occidente a lo largo de unos años (tampoco varios: temo que solo fueron una moda mucho más). Devoto aficionado al flamenco, Goran Bregovic supo ver la música habitual de su ahora inexistente país y comercializarla en el extranjero, fundamento por el que no faltan completados que le afean la conducta y le culpan de meditar bastante en el dinero. Me alegró la vida a lo largo de mucho tiempo con una música que no había escuchado nunca y que resumía como escasas los estados de ánimo básicos de la raza humana: la alegría y la tristeza, el cariño y la desaparición.