Ferdinand recobra la conciencia y consigue levantarse del suelo. Es el 27 de octubre de 1914, cerca de Poelkapelle, en Bélgica. Está en el campo de guerra, cubierto de cadáveres de hombres y caballos y de automóviles destrozados, entre charcos y orificios de obuses. Se había brindado voluntario para llevar una orden del mando de su brigada a un regimiento de infantería, bajo un fuego violento. En el curso de su misión fue herido en el brazo por una bala y además de esto el próximo estallido de un obús lo arrancó del suelo y lo proyectó de cabeza contra el leño de un árbol. El encontronazo le rompe la oreja y le dejará como secuela para toda la vida dolorosas jaquecas que le forzaban al consumo incesante de calmantes y unos fuertes acúfenos, a veces atronadores (“se me metió la guerra en la cabeza”). Aparte de 2 condecoraciones por accionar heroico en oposición al enemigo y una intensa íra contra la estupidez de los hombres y su inclinación a la guerra. De esta manera fue el instante definitivo en la vida de Louis-Ferdinand Céline (1894-1961).
Medio inconsciente se arroja a caminar sin comprender realmente bien hacia dónde, hasta el momento en que está con un soldado inglés que le asiste para llegar hasta una ambulancia. De ahí, accediendo y saliendo del coma, pasa, entre la vida y la desaparición, a un hospital donde le atiende una enfermera de trasero suculento, que calma con solícita mano la súbita erección de Ferdinand, tan poco correcta y tan inopinada dado su estado general de salud. La enfermera tiene por práctica rendir este sistema a los moribundos.
De esta forma empieza la novela Guerre, entre los manuscritos que le birlaron a Céline en su piso de París mientras que se encontraba fugado en Dinamarca, en 1944 (en el final de la Segunda Guerra Mundial), para eludir ser ajusticiado por sabiduría con el enemigo. Una vez se aliviaron las aguas y él ha podido regresar a su país se quejó repetidamente de aquel saqueo. Semeja que el responsable del mismo fue un integrante de la Resistencia que deseó aguardar a que la viuda del escritor muriese antes de restituir los manuscritos, a fin de que no se enriqueciese con ellos la compañera de un collaborateur. Una vez Lucie fallecida (en el 2019, a los 107 años) y los manuscritos entregados a los herederos, Gallimard puso al alcance del público francés (al español se lo va a poner en poco tiempo Anagrama) lo que semeja una novela completa, Guerre, que alcanzó una difusión destacable, de 200.000 ejemplares…
Un episodio capital
Por supuesto el del “legado Céline” es un caso increíble de restauración literaria. Si bien ciertos críticos afirman que Guerre no debería publicarse, ya que el artículo, si bien está terminado –empieza como contamos y concluye con la partida de Ferdinand, con la baja militar, hacia Inglaterra, donde le aguardan las sórdidas aventuras agarradas en el próximo manuscrito, ahora anunciado asimismo en Francia bajo el título de Londres–, es un primer boceto que Céline hubiese corregido minuciosamente, según su práctica antes de entregarlo al editor.
Louis-Ferdinand Céline
Ciertamente, en Guerre no se muestran tanto como en sus títulos publicados en vida esos elementos estilísticos tan propios del creador de Viaje en el final de la noche: esas dislocaciones sintácticas, esas interjecciones, puntos suspensivos, signos de admiración ni esas maldiciones y exabruptos a diestro y siniestro tan recurrentes, que dan a sus páginas una agitación sensible tan intensa y febril que ciertos hallan mareante y también histérica, mientras que la mayor parte mantiene que Céline no solo es, con Proust, el más destacable estilista de la literatura francesa del siglo XX, sino más bien asimismo un renovador de la lengua, haciéndola mucho más habitual y maleable.
El editor soluciona de este modo el enfrentamiento: “Como el presente manuscrito desapareció en 1944, para enorme disgusto de su creador, es realmente difícil entender lo que Céline hubiese hecho con él. Pero todos estos elementos dejan inscribirlo de manera congruente en su obra, y en la cronología que forma la trama narrativa. Guerra llena un vacío sobre un episodio capital de la vida y de la obra del escritor, con un relato, que, si es un primer boceto, es extensamente representativo de su escritura”.