Ciertas medites con relación a la cima hispano-francesa de Barcelona:

1. La imagen del presidente Pedro Sánchez sale reforzada. Fué el personaje principal de la día, ha ejercido de flamante anfitrión del presidente Macron, vendió que la decisión de Barcelona para esta asamblea es una apuesta por la localidad, y los independentistas solamente le han incordiado. Sánchez gana puntos en el frente exterior.

2. El secesionismo mostró su debilidad. Según la Guarda Urbana, se han movilizado 6.500 personas. Según los organizadores (la ANC, Òmnium Cultural y el Consell per la República –el chiringuito de Puigdemont–), 30.000, bastante menos del aforo del campo del RCD Espanyol, para hacernos un concepto.

3. Fracaso de Puigdemont. El independentismo mucho más activista va a la baja y está oxidado. Existe quien afirma que el procés no está muerto pero que, observando la edad de los competidores en la manifestación de este jueves, va a morir por causas naturales. Posiblemente tengan razón.

4. El secesionismo catalán sostiene su pulsión beligerante. Más allá de que la marcha ha movilizado a, solamente, una sección infinitesimal del personal que frecuentemente reunía en la temporada dorada del procés, los Mossos se vieron obligados a cargar contra conjuntos de CDR y contra algún que otro friki del procés, como el payaso Pesarrodona y el ex- diputado autonómico y ex- integrante de la Sindicatura Electoral del 1-O Josep Costa (de la que salió por patas en el momento en que el TC le conminó con multas de entre 6.000 y 12.000 euros diarios). Se sabe que aquello de que en las manifestaciones independentistas no se tira “ni un papel al suelo” hace un tiempo que pasó a mejor vida. En verdad, pudimos ver a la dulce ancianita Pilarín Bayés (la dibujante de representaciones en dibujo para pequeños) animando a ayudar a la manifestación posando con una escopeta (de juguete, eso sí). Un canto al pacifismo, indudablemente.

5. El nacionalismo está mucho más dividido que jamás. La chulería del presidente de ERC, Oriol Junqueras, de presentarse en una manifestación donde sabía que era persona non agradable no era una gran idea. En el final, entre chillidos de “traidor”, el dogmático dirigente de ERC ha debido escapar del acto para eludir males mayores (su fuga recuerda la espantá de Montilla en la marcha de julio de 2010 contra el Tribunal Constitucional).

6. ERC hizo el absurdo y no es de confiar. El papel de Aragonès en la cima fué insignificante (como no podría ser de otro modo en un acercamiento de máximo nivel entre Estados) saludando a Sánchez y Macron. Pero lo que es verdaderamente grotesco es que el coordinador de ERC, Aragonès, mendigue mostrarse en alguna fotografía de la cima, al unísono que el presidente del partido, Junqueras, se manifieste contra exactamente la misma cima. Aparte de radicales, están alienados.

7. En todo caso, todo lo previo no tiene relevancia mientras que se prosigan pisando los derechos de los catalanes no nacionalistas. De nada sirve que el procés haya fallecido (según insinuó el ministro Bolaños), si no se aplica el 25% en español en las academias (lo lógico sería el 50%); es sin importancia que los radicales sean menos y menos violentos, si no se consigue la neutralidad de las Gestiones públicas catalanas (comenzado por la Educación); es inútil que el independentismo se muestre mucho más dócil, si el Estado prosigue desaparecido en Cataluña (desde sus símbolos hasta sus instituciones económicas, sociales, de seguridad, culturales y de todo género); es intrascendente que el nacionalismo sea mucho más amable, si prosigue infiltrado en todos y cada centímetro de la vida pública en Cataluña. Una paz de esta manera no sé si vale la pena.