La civilización de la cancelación no pudo con ellos. Son los viñetistas, artistas, la mayoria de las veces multidisciplinares, a los que podías hallar cenando en Cánido Lluís, en la Calle de la Cera, –ahora cerrado– o en Cal Pep en la plaza de las Ollas. Los KIM, Fer, Tom, Pepe Farruqo -ilustrador de Crónica Global y Letra Global– y compañía, y naturalmente, Toni Batllori, el ninotaire de La Vanguardia, especialista en el coup de foudre de la crónica política del día. Batllori siempre y en todo momento llegaba a tarde a la cita de la cena y se sentaba a la vera de Kim. Le agradaba oír un largo tiempo antes de terminar comentando por los codos. Antes de ayer no llegó; tampoco había cena ni lugar de comidas en el Raval; murió en su hogar de Teià, unas horas tras dar su tira día tras día, la archiconocida Ninots, de la que se ha solicitado en las tres últimas décadas.
Ciertos le conocimos hace bastantes años en el desaparecido Noti de noches insomnes, el períodico vespertino de los Peris Mencheta, donde la multitud entraba tras la siesta y no veía el sol hasta las 12 del día después, acompañando al grupo de cierre. Ayer se interrumpió la mueca, pero no el humor cervantino del viñetista desaparecido: “me quedo con la risa de Toni”, ha dicho el directivo de su períodico, Jordi Juan, en forma de despedida, tras una madrugada extendida y triste.
Cubierto cerca del primer cuarto del siglo XXI, la tira se hizo cómic y este se convirtió en canal de comunicación digital. Para la viñeta, ser un metamedio puede terminar confiriéndole un efecto virtud si, gracias a las censuras de los países déspotas, tienden hacia el comic book para contar guerras, enfrentamientos derivados del shock energético o crisis financieras. Pero el gran salto de los dibujantes capaces de metaforizar la verdad es que se convirtieron ahora en periodismo activo. Si bien prosiguen conformando la “edición visual” del trabajo, su trazo tiene el valor de la palabra, un activo concedido por las audiencias.
La editorial del silencio y la palabra
Aficionado a la interrogación esclarecedora, Batllori de forma frecuente se preguntaba: ¿De qué forma tenemos la posibilidad de saltar los tabús de la corrección política de hoy los que nos ofrecemos a la incorrección como vehículo crítico? Nos conducen a la viñeta entendida como entre las preciosas artes. A la editorial instantánea del dibujo sin complejos y no únicamente a la sátira, contrapunto de lo escrito. Batllori está en el altar de Malagón, Eneko o El Roto y asimismo dejó su huella en la memoria de los que son historia de historia legendaria, Mingote o Peridis y los que se convirtieron en reliquia, como Forges o Perich. Este último fue el profesor de la revolución del análisis por medio de la ilustración. Una senda virtuosa que prosiguieron Máximo, José Luis Martín, Figueres, Guillén, Coromina o exactamente el mismo Batllori.
El humorista gráfico Toni Batllori / CCMA
La ilustración de Batllori fué una voz unívoca; la editorial del silencio y la palabra, como lo fue la de Luis Bagaría, en sus Dibujos de almohadón y sus colaboraciones en el períodico Sol de La capital de españa, fundado por Luis María Urgoiti y marcado por la línea de Ortega y Gasset, hasta 1939. La caricatura padeció un ocaso visible a lo largo de la posguerra y revivió después con Del Arco en aquel osado Codo con codo, escrito y también ilustrado por exactamente el mismo creador. Después durmió el sueño de los justos, merced al humor blanco de Joaquim Muntañola, hasta el desembarco desenfrenado de Jaume Perich, “enorme pensador” y “amigo, prácticamente hermano”, en expresiones de Tom; sí, el Tom Roca dibujante y realizador, directo y sin virguerías; el hombre que se trajo de Francia el humor de Hara-Kiri para fundar publicaciones triunfantes.
Batllori deja un vacío; descansa ahora en el templo que deja expresar críticas en independencia sin recurrir a las convenciones. Su legado se encara al sexismo, el racismo, el matonismo y las desigualdades; nos convoca en un punto de arranque puesto en compromiso, en frente de quienes usan las comunidades para difamar a los que disienten. De este modo lo recuerda El Roto, genio de la sátira, iniciado en la gaceta Hermano lobo, natural de los setenta, tras el derrumbe de La Codorniz y germinada en el lugar de comidas madrileño Casa Picardías, donde escanciaba y también daba el enorme cronista Manuel Vicent. Ajeno de su personal estilo, Batllori aprendió de El Roto, de Chumi y de todos los otros, prestos a colorear una mierda sobre la acera, por el hecho de que “el día de hoy, la mierda es una manera de comunicación popular”, en expresiones del primer Ops (Roto). No es la hipérbole de los políticos; es sencillamente la sátira de los creativos.
Y asimismo un escultor
Bastante antes del hiperrealismo y el vacío inmaterial que han marcado a los viñetistas recientes, los primeros dibujos en prensa emularon al fotoperiodismo, en el momento en que no existía la Nikon; brincaron a la tira cómica para hacernos acordar que la risa vive en la calle o entre sábanas y pucheros, como el Dios de Teresa.
Los diarios incorporaron la ilustración desde la primera Expo de 1888 y la transformaron en importante en todo el novecientos, con la llegada a las redacciones de artistas como Maifrén, Opisso, Torres García o Nonell. Fue el sendero rupturista de publicaciones como L’Esquella de la Torrassa, el ¡Cu-cut! o La Traca, hasta consagrarse en la prensa día tras día, como muestra Giralt-Miracle en su libro Dibujantes, humoristas y también ilustradores de La Vanguardia 1881-2006. El cruce entre la tira cómica y el arte mal llamado en mayúsculas –de arte solo hay uno– fué una incesante entre los ilustradores de periódicos. De este modo lo dicta el pasado exponencial del mencionado Bagaría, relacionado a Russiñol y Els Quatre Gats, pero asimismo dibujante en publicaciones menos brillantes como La Tomasa o La Tribuna.
Bagaría alternaba su día a día con exposiciones de pintura puntuales –panoramas fríos, otoños húmedos– compatibilizando 2 géneros supuestamente distantes, como lo hecho a lo largo de su historia con la estatua exactamente el mismo Toni Batllori. El ninotaire fué asimismo un escultor valorado, como puede verse en su obra Monumento a las Ilusiones Perdidas (MALIP), una rama de bonsái transformada en un bloque de grano de 4 metros, que se puede contemplar en la placeta que forman la Diagonal de Barcelona, la Rambla del Poblenou y la calle Bolivia.